Prólogos

Longino Becerra

1981

Este libro, si hablamos con rigor, no es una novela, sino una crónica novelada de acontecimientos que tuvieron lugar en nuestro país desde 1954 a 1957. Como crónica, se atiene estrictamente a los sucesos que le interesan al autor y que ocurrieron en el período antes dicho. Pero como novela, hay numerosos hechos secundarios -la escenografía, el decorado- que son producto de un esfuerzo creador y que tienen el propósito de hacer posible la presentación de los sucesos centrales. Tres son los hechos históricos que Ramón Amaya-Amador se propuso contarnos en este libro: la fundación del Partido Comunista de Honduras, el estallido de la gran huelga bananera de 1954 y la agudización, durante esos tres años, de las luchas del pueblo hondureño contra la dictadura ultra conservadora impuesta a nuestro país desde 1933 hasta 1957.

Los tres forman un todo indisoluble y, contados de manera novelada, constituyen el tema central de esta obra, una de las más importantes en el largo repertorio de nuestro compatriota.

Entre crónica y novela hay, sin duda, diferencias sustanciales. La crónica es el relato de hechos de la vida cotidiana con apego al tiempo, el lugar y los protagonistas de los sucesos. La novela, en cambio, es básicamente una creación artística que, partiendo del conocimiento de la esencia de la vida de un pueblo, presenta cuadros que nos hablan en una forma perdurable y no pasajera de ese pueblo. La crónica se refiere a personajes que vivieron o viven en la realidad social respectiva; la novela trata de seres que no han tenido ni tienen existencia real como tales, pero que encarnan a la sociedad misma donde son creados. Los personajes de la crónica son de carne y hueso; los de la novela son arquetipos sociales. Por ello, los primeros no siempre revisten interés al margen de los hechos que protagonizan, mientras los segundos en todo tiempo son interesantes, por lo cual hacen de la novela un valor artístico eterno.

La parte que este libro tiene de crónica es de un valor indiscutible porque se refiere a formas de vida, hechos y paisajes propios de Honduras en un momento de su evolución histórica. Cualquier persona que se interese en conocer cómo ocurrieron esos hechos y que desee revivir paisajes ya borrados por la acción transformadora del progreso, sólo tiene que asomarse a estas páginas. Tal es lo que ocurre, por ejemplo, con la gran huelga bananera de 1954 y con lo que entonces significaba para los hondureños trasladarse de Tegucigalpa a la Costa Norte. En el primer caso, Amaya-Amador nos habla con estricto apego a la verdad histórica y, en el segundo, nos describe con lujo de detalles las peripecias de aquellos viajes en camiones rústicos, a través de una carretera polvorienta, con paso por Comayagua, Siguatepeque, el Lago de Yojoa, Potrerillos y Chamelecón, lugares que nos son descritos a grandes rasgos en sus características de entonces.

Naturalmente, como no se trata de una crónica en el estricto sentido de la palabra, los protagonistas de los sucesos no figuran aquí con sus nombres propios. Ello se debe a dos razones fundamentales. En primer lugar, a que la naturaleza de la composición le exigió al autor emplear nombres novelísticos; y, en segundo lugar, porque cuando el libro fue escrito aún se consideraba un crimen lo que aquellas personas habían hecho. Pero los nombres supuestos son perfectamente identificables, algunas veces porque se hace uso de la isofonía como recurso y, otras, porque se sabe exactamente quiénes protagonizaron los hechos que se relatan. Son del primer caso: Andreo Neda (Andrés Pineda), Tadeo Volencía (Manuel de Jesús Valencia), Mr. Halter (Walter Turnbull, Juan Cañales (Juan Canales), José Josefo (José Pineda Gómez), Tupho D'Oscariote (Oscar Flores), Gustavo Soto (César Augusto Coto), etc. Son de los segundos: Rotundo García (Dionisio Ramos Bejarano), Dalia de García (Nohemí de Ramos), el Coronel Obricida (Eduardo Galeano), el indio Felicio (Ventura Ramos), el poeta Arcano (Nicolás Urbina), el cura Leal (Ildefonso Orellana), Juan Pablo Torres (Luis Manuel Zúniga). Cantaclaro (Alejandro Valladares), el coronel Colombo Madero (David Tablada), etc.

Por otra parte, como hemos dicho con anterioridad, los sucesos narrados son absolutamente verídicos en sus elementos esenciales, no en los detalles (diálogos y escenas de circunstancia). Para el caso, en el libro se habla de un episodio tragicómico que tuvo lugar en uno de los tantos viajes a Guatemala que entonces hacían los revolucionarios, a través de la cordillera de El Merendón, unas veces para escapar de la policía hondureña y otras en cumplimiento de las tareas propias de la lucha contra el régimen imperante. El hecho a que se refiere Amaya-Amador tuvo lugar, efectivamente, en octubre de 1950, a raíz del asalto a los talleres donde se imprimía el periódico "Vanguardia Revolucionaria". Los protagonistas fueron: Dionisio Ramos Bejarano, Ventura Ramos, Nicolás Urbina y Humberto Linares, un emigrado salvadoreño. El caso es que, atravesando un riachuelo muy crecido, ya en territorio guatemalteco, Nicolás Urbina perdió el equilibrio sobre la viga que servía de puente y cayó en el agua. Al prepararse Dionisio Ramos para ir en auxilio de la víctima, Ventura le gritó: "No hagás eso, Nicho; que se ahogue uno, pero no que se ahoguen dos". Por suerte, Urbina logró asirse de unas ramas y escapar con vida del trance. El problema fue después, ya que, no obstante sus chapoteos en el agua, él mismo había tenido oportunidad de escuchar el grito de Ventura, por lo que, al salir del riachuelo, fue necesario luchar con él para que no lo agrediera, pues quería cobrarle la sentencia que había lanzado contra él.

El episodio que también se relata en el libro sobre la captura de Rotundo García (Dionisio Ramos) por el coronel Colombo Madero (David Tablada) y el simulacro de fusilamiento que éste ejecutó con el preso en las profundidades de una finca bananera a media noche, no es histórico en su forma, pero se basa en numerosos actos de solidaridad que aquel militar, otrora verdugo al servicio de la Yunai, le prestó al entonces dirigente comunista. Uno de esos actos, el empleado precisamente por Amaya-Amador como base del episodio descrito en su obra, consistió en que cierta vez llegó David Tablada a la casa de Ramos, siendo las cuatro de la mañana a comunicarle que se había ordenado su captura y que a las nueve de ese mismo día iba a ser asaltada su vivienda, lo cual ocurrió al pie de la letra. Aquella actitud del hombre que fue el terror de los trabajadores del banano en décadas anteriores, indicaba, sin duda alguna, que una profunda transformación se había producido en su conciencia y que comprendía en cierta medida la justa lucha de los revolucionarios en nuestro país. Por ello Ramón Amaya-Amador valoró positivamente la nueva actitud de David Tablada y se ocupó en describir, con indudable simpatía, la forma en que fue asesinado por los esbirros al servicio del tristemente célebre Guayo Galeano.

Toda la parte dedicada a la huelga bananera de 1954 es rigurosamente histórica en su esencia, como lo hemos apuntado. Los orígenes de la misma, su estallido y desarrollo, la participación de los comunistas, la actitud traidora de Manuel de Jesús Valencia, las maniobras de la empresa y el gobierno para quebrar la resistencia de los trabajadores, los terribles problemas soportados por los huelguistas, los niños muertos por el hambre, la represión de la soldadesca comandada por Galeano, etc., todo esto ocurrió así en la realidad. Naturalmente, como en los demás hechos de que se ocupa el libro, en éste también existen los "complementos" novelísticos, destinados a crear las condiciones para poner de relieve los puntos de mayor interés. El lector debe, por lo tanto, diferenciar estos pequeños detalles imaginarios respecto a la gran realidad que se presenta en la obra, tarea emprendida con el dramatismo y la sinceridad que solamente un Amaya-Amador podía poner en práctica al referirse a temas como éste.

Reeditar "Destacamento Rojo" era una necesidad indiscutible. Grandes masas de hondureños, interesados en leer el libro, no han tenido esa oportunidad. Ello se debe a que la primera edición, hecha en 1962 en México, con una tirada de dos mil ejemplares, fue recogida por la policía política del gobierno liberal de Ramón Villeda Morales, pues, tanto el autor como sus escritos, eran entonces objeto de una feroz persecución en nuestro país. Solamente unos trescientos ejemplares de aquel tiraje lograron circular en toda la república; los demás fueron pasto de las llamas, según creemos. Este acto de fe del régimen liberal, presidido por un hombre supuestamente de letras, se llevó a la práctica como parte del cazabrujismo establecido en todo el continente por el imperialismo norteamericano después del triunfo de la Revolución Cubana en 1959, política que no tuvieron escrúpulo en adoptar los que se dicen abanderados de las libertades y derechos del hombre, Esperamos, naturalmente, que esta nueva edición de "Destacamento Rojo" no corra igual suerte que la primera, sea por las mismas manos o por otras.